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 Crónicas gabarreras:   Inicio >  En los sentimientos >  Gatos (Matilde, Elena, Paicos y Fernando).  


Bailando en casa de la señora Meli. Foto: Familia "Paicos"

Mis padres y mis hermanos hemos sido gatos de nacimiento, es decir, naturales de la ciudad de Madrid durante varias generaciones. Hay gente que suele decir esto para presumir, como si al diferenciarse de los foráneos se sintiera superior. Desde luego, no es éste nuestro caso, ni el de nuestros padres, que siempre
fueron gente con sentido común.

Si hemos comenzado hablando de nuestro origen es por señalar
algo de lo que no se suele hablar: los nacidos en ciudad no tenemos pueblo, ni tierra, ni paisaje de infancia, ni vemos la carrera de las nubes, ni las fases de la luna, ni las ovejas, las vacas o caballos.

Para que tuviéramos todo eso y nos ahorráramos de paso el calor del verano madrileño, buscaron nuestros padres un pueblo que nos adoptara por temporadas. Así fue cómo nuestra familia vino a pasar los veranos en Valsaín, allá por el año cincuenta del pasado siglo.

Los 4 hermanos,la madre y Basilia (persona muy querida, que murió y fue enterrada en Valsaín), comenzábamos el veraneo el 29 de junio y lo terminábamos a finales de septiembre, pues en aquella época los colegios empezaban en octubre. Es decir, vivíamos en Valsaín la cuarta parte del año (cosa que procuramos seguir haciendo).

Nuestro padre pasaba con nosotros su mes de vacaciones y el resto del verano venía el sábado en la Rápida y se iba el domingo en la Sepulvedana. Era un viaje épico, de más de dos horas en autobuses que olían a gasóleo, con el interior recalentado, en los que se pasaba mal si, como él, ibas abrigado por un exceso de kilos y peor aún si te tocaba ir sentado en un transportín en medio del pasillo. Bajaba del autobús sudando, nos daba un beso diciendo “!Qué calor hace en Madrid!” y a continuación respiraba hondo y sentenciaba su frase favorita “!Qué bien se está en Valsaín!”.

Todos los veranos de nuestra infancia los pasamos en casa de Flores Santiago e Inés Castán, una gente extraordinaria,con cuyos hijos jugábamos y nos peleábamos a partes iguales, como buenos amigos. Nuestro mundo era entonces la Pradera, la sombra de los castaños, las mañanas bañándonos en el Cañito y las tardes columpiándonos en los maderos del Pino Gordo.

Moras en Navalonguilla. Foto: Familia Paicos

Al llegar íbamos a comprar a la tienda de la señora Araceli el botijo que debía durar todo el verano, y después buscábamos a los amigos del año anterior para jugar al escondite, a tula, a la rayuela, al murreo, al gua, a la tachuela, a los bonis, a buscar liga para los pájaros, a cavar hormigas de ala, o simplemente para discutir y pelearnos... . Vaya nuestro recuerdo para Juanito, Angelines y Chus, los hijos de Flores, Vicentín, el de la señora María, Domingo y Raúl, Leo,de los gatos,Merce y Paloma del señor Emeterio, Maruja y Tinín de la señora Paca, Merce, Luisina, Jose y Mari Carmen, del señor Lorenzo, Pili de la señora Pilar, para todos los nietos de la señora Plácida,para Paco,Fidel y Esperanza, nietos de la señora Marcela, para Angelín, Loli y Carlitos, hijos de la señora Petra... y perdonen aquellos de cuyo nombre no nos acordamos (aunque sí de sus caras).

Toda la Pradera vivía entonces reglamentada por el pito de la fábrica, que sonaba a las 12. Cuando sonaba el pito se acababa el juego de los niños y comenzaban los gritos de las madres y abuelas llamando a los críos para que fuesen a la fuente a traer agua para refrescar el vino de la comida, antes de que los hombres llegaran a su casa.

En el pueblo de nuestra infancia, como en tantos otros pueblosde la España de posguerra,no había agua corriente, ni váter dentro de casa. Se fregaban los cacharros y se lavaba la ropa en la charca, nos bañábamos en el barreño,la cabeza se lavaba en el río y se guisaba en la cocina económica, alimentada con astillas y troncos pequeños. Pero esto es algo que se ha contado muchas veces y que los que tenemos más de cincuenta,simplemente necesitamos repetir para convencernos de que fue verdad.

Algunos días extraordinarios hacíamos excursiones. Con los amigos pateábamos el pinar y subíamos el primer domingo de agosto a Peñalara. Con nuestro padre subíamos a la Cueva del Monje y al cerro del Puerco, desde donde veíamos el trazado de la Pradera y Valsaín, pequeños como juguetes. Con mis padres y sus amigos íbamos al Pino Gordo a asar sardinas, a la Silla del Rey, o a la fuente del Ratón, para saltar sobre la hierba mullida, bañarnos en el arroyo Peñalara y columpiarnos con una soga entre dos pinos.

Por entonces mi padre se compró la Vespa, que dio muchos disgustos, pues sirvió para ocasionar varias caídas y dejó tirados a nuestros padres al fundirse el ventilador en la subida del puerto. No podemos culpar a la Vespa, sino al exceso de peso que por entonces tenían sus ocupantes, pero, desde luego, lo que nadie sospechó entonces es que aquella moto pasaría a la Historia y que cuarenta años después algunos vecinos todavía iban a sonreír recordándola.

En casa de Inés y Flores. Foto: Familia Paicos

Los veranos de la adolescencia los pasamos en casa de la señora Meli, una mujer buenísima y con un extraordinario sentido del humor. Éramos vecinos entonces del señor Baldomero y de la señora Rufina que,junto con nuestra abuela Pepa (a quien le encantaba venirse a Valsaín) fueron los primeros objetores de la llegada del hombre a la Luna.La noche en que se produjo aquel acontecimiento histórico estaban los tres sentados en la puerta sin quitar ojo de lo que pasaba en la superficie lunar: los tres coincidieron en que aquello era un engaño pues,además de que estaba claro que era imposible, no se veía ni una sombra, ni un movimiento.

A mediados de los setenta, nuestros padres alquilaban la casa de Justa (otra mujer bondadosa) y empezaban a llegar los primeros nietos. En Valsaín nuestro padre enfermó del mal que se lo llevaría poco después. Los hijos ya éramos adultos y buscamos cada uno nuestra casa para seguir pasando el verano en Valsaín.

Quien no se pare a pensarlo, puede creer que esto de Valsaín es una “manía familiar”. No es así. Aprendimos aquí tanto en nuestra infancia que hemos creído que nuestros hijos (gatos, como nosotros) deberían tener la misma oportunidad. En esto parece que hemos tenido éxito, pues nuestros hijos disfrutan aquí y lo consideran una parte muy importante de su vida.

Pero con los años se descubren cosas y nosotros hemos descubierto una cosa insólita: la herencia más importante que hemos recibido de nuestros padres es Valsaín. Curioso ¿verdad? Hemos recibido en herencia algo que no es suyo ni nuestro: los paisajes, los horizontes, la sombra de Peñalara, el Eresma, Matabueyes, la Camorca y la Camorquilla,el Montón de Trigo,Siete Picos, Peña Citores, el Pico Judío y el Malagosto.Hemos recibido el trazado de la vereda que nos conduce a la altura, desde la que vemos un enorme valle redondo.

Matilde, Elena, Paicos y Fernando.
Hijos del Señor Fernando yde la Señora Milagros.

©Pedro de la Peña García | cronicasgabarreras.com