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 Crónicas gabarreras:   Inicio >  En los sentimientos >  Imágenes de una generación finisecular (Juan Antonio Marrero Cabrera).  


COLECCIÓN CAJA SEGOVIA. Foto: Juan Antonio Marrero

Allá por los años 50 del pasado siglo, cuando a los niños madrileños nos llevaban a esquiar a Navacerrada, el bosque tan espeso y la nieve altísima nos hacían sentir como partícipes de una arriesgada aventura. La estrecha carretera estaba como encajonada entre unas sólidas
paredes de hielo y nieve, tan altas como los propios autocares, desde donde veíamos a los hermanos Arias y a otros esquiadores casi por encima de nuestras cabezas.

Luego,entre patinazos,clases de esquí (con profesores que eran auténticos campeones como el que luego sería mi gran amigo de Valsaín, Jesús Martín Merino) y volteretas con los trineos, nos asomábamos al formidable mirador de Segovia.

COLECCIÓN CAJA SEGOVIA. Foto: Juan Antonio Marrero

A nosotros, aquello nos parecía otro mundo. Algo misterioso que nos hacía sentir, al mismo tiempo, el peligro y la grandiosa belleza de aquella inmensidad del pinar profundo y las nieves que nos atraían con el vértigo de lo prohibido.

Fue entonces cuando aprendimos aquellos nombres mágicos como “La Boca del Asno”, “Los Asientos”, o Valsaín, que pronunciábamos con el respeto de los primeros exploradores.

Con el correr de los años, me encontré con que aquella aventura que intuíamos en la infancia se hizo realidad en la juventud y en la madurez.

COLECCIÓN CAJA SEGOVIA. Foto: Juan Antonio Marrero

Hace más de treinta años, mis grandes amigos como Valentín María, de La Granja, don Gaspar, el párroco de Valsaín o el ya citado Jesús Merino, me enseñarían que el pinar era un lugar encantado y mágico, lleno de tesoros naturales y bellezas y las claves para descubrirlos.

Aprendí a pescar con los mejores maestros (y eso que desde el alborotado Cipri hasta cualquierade mis amigos de La Pradera y del pueblo podían sentar cátedra de pescadores) y a cazar sin arrasar y repoblando las piezas. Y cómo, aquellos personajes sencillos, se transformaban con la caña o la escopeta, en auténticos aristócratas respetando a los demás en la caza y en la pesca. (Naturalmente, a los que sólo dañaban el medio ambiente en su propio provecho, ni siquiera merece a pena aludirles.)

COLECCIÓN CAJA SEGOVIA. Foto: Juan Antonio Marrero

Y luego, aquellos verdaderos personajes de los guardas del Patrimonio como Gregorio Cobos y Faustino de la Flor, que me acompañaron por los más bellos e intrincados rincones de la sierra, mostrándome los más puros y recónditos manantiales.

Y los magníficos y entrañables relatos que aprendí de todos ellos y que más tarde aparecerían en mis artículos y narraciones.

Y sentir poco a poco la integración en la naturaleza a través de la convivencia diaria con el pinar y sus gentes: gabarreros, leñadores, guardas, pescadores…

COLECCIÓN CAJA SEGOVIA. Foto: Juan Antonio Marrero

Y aprender dónde encontrar los corzos, y saber distinguir los apostaderos y los mejores “bodones” de las truchas, y las encamadas de los jabalíes, y el fugaz paso de los corzos entre los pinos, y el veloz surco de las nutrias…

Y beber el agua pura de los manantiales entre los acebos, o entre las propias botas del pescador al echar el anzuelo.

Y luego los magníficos pinos de “Los Asientos”, aquellos chorros límpidos de madera que se disparan al cielo como los grandes mástiles de los antiguos barcos de vela.

Y su fantástico contraste con los inmensos y frondosísimos castaños de Indias que arropaban y protegían con sus grandes troncos aquellas pintorescas casitas de La Pradera, hoy casi desaparecidas.

COLECCIÓN CAJA SEGOVIA. Foto: Juan Antonio Marrero

Y, sobre todo, sus gentes, las que hoy aparecen en mis fotografías, hechas con tanto cariño como admiración por el Valsaín que fui descubriendo durante treinta años.

Aquellas bellísimas mantillas que tan airosamente sabían lucir Hilaria Sanz, Maruja Rodríguez, mi “tercera” abuela Rufina Martín, Angelines y Pilar González, Carmen Peinador, Mari y Aurora Herranz, Juli Martín, Rosi García, Pilar
García y tantas otras que se van sucediendo y agregando cada año a las Águedas con sus vistosos y coloristas trajes de segoviana.

Y las “peñas”, que nunca desaparecerán, desde los niños de entonces que se reunían en “El Gamo”, hasta “Los Curros” que presumían, y con razón, de sus magníficos caballos. Y aquella preciosa carroza que llevó en sus bodas a Rufino (El Cachorro) y a la bella e inteligente hija del viejo amigo Fraile.

COLECCIÓN CAJA SEGOVIA. Foto: Juan Antonio Marrero

Y la inolvidable, e irremplazable, figura de Don Gaspar, animador inspiradísimo de las fiestas y el hombre capaz de resolver cualquier problema relacionado con Valsaín en los máximos niveles.

Y los encierros y la vieja plaza, la de madera, y las competiciones de carga y descarga, y los bailes de las jotas en las procesiones, y los concursos de corta de troncos y los paloteos… Y aquellas memorables sesiones con los “cargapiedras” vascos, sencillamente derrotados por los mozos de Valsaín sin tanto aspaviento.

Todo un mundo maravilloso, acogedor, sencillo y noble, como el propio carácter de estos montañeses segovianos que he tenido la suerte de conocer y compartir y que espero haber sabido reflejar en estas fotografías que me habéis hecho el honor de seleccionar y exponer. Espero que estas imágenes sirvan para deciros que os quiero.

Juan Antonio Marrero Cabrera.


©Pedro de la Peña García | cronicasgabarreras.com