Crónicas Gabarreras 0
 Crónicas gabarreras:   Inicio >  Naturaleza >  El último vuelo (Francisco Martín Trilla).  


Foto: CENEAM - O.A PARQUES NACIONALES. Vicente García Canseco 

Como todos los días, el viejo leñador subido en la jalma de su caballo serrano, salía del pueblo,entraba en la mata de robles, y se internaba en el frondoso pinar, para coger la estrecha vereda, que caracoleando por la empinada ladera, conducía hasta un claro dominado por uninmenso pino, en cuya cogota, desde tiempos inmemoriales, se podía divisar un nido de águilas imperiales. Algo va mal, pensó, ya que normalmente las rapaces solían deleitarle consus cánticos, o alguna de sus acrobacias. Sus fatigados ojos buscaron entre el follaje, hastaencontrar a la hembra posada en un tocón, con la cabeza metida entre las alas.

El gabarrero, rápidamente, tomó conciencia de la situación, posiblemente el macho había perecido en cualquiera de los innumerables peligros que acechan a estos animales y la hembra, sola y con muchos años a la espalda, no tendría fuerzas para sacar adelante a los pollos.

Había que actuar con prontitud, así que, allí mismo, sacó el hacha de la cincha, tiró cuatro boleros, recogió unos cándalos, y con un par de teos para el suburnal, cargó con su destreza característica, dirigiéndose a casa sin pérdida de tiempo. No sabía ni entendía nada de “los verdes”, pero era un gran amante de la naturaleza y por el camino fue pensando su plan de acción para salvar al águila y a sus pollos. Una vez descargada su caballería, mató uno de sus gazapos y nuevamente se encaminó al encuentro de su amiga.

Foto: Crónicas Gabarreras 

Depositó el conejo en el suelo y gritó lo más fuerte que pudo. Las imperiales son desconfiadas, cautas y recelosas con los humanos, pero, para ella el gabarrero no era un hombre, era eso, un gabarrero, una parte del pinar como ella misma; por tanto, sin dudarlo dos veces, sacó la cabeza de entre las alas, clavó sus ojos en la presa y la capturó con sus garras, para ofrecérsela a sus hambrientos pequeños, que no tardaron en devorar.

Todas las mañanas, el viejo seguía aparejando a su caballo y no se olvidaba de meter en las alforjas un regalito para el águila. – ¿Qué les pasa a los conejos?, le preguntaban. – Se mueren de la peste, respondía sin más, y no daba explica c i o n es porque sabía que no le entenderían; todos estaban en contra de que el “viejo loco”, como le llamaban en casa, siguiera adentrándose solo en esos bosques de Dios de donde decían no regresaría cualquier día.

Los conejos desaparecían con la misma velocidad con que las pequeñas águilas crecían. Una mañana soleada, dos sombras se dibujaron en el suelo. El leñador levantó la cabeza y comprobó satisfecho cómo los jóvenes abandonaban el nido. Instintivamente, buscó a su vieja amiga que le miraba orgullosamente desde su posadero y, aunque delgada y exhausta, aún era majestuosa. La imperial había cumplido su objetivo y parecía dar las gracias al gabarrero; entonó un estridente cántico y se lanzó en picado ladera abajo, hacia la maraña de pinos, poco a poco fue perdiendo altura hasta desaparecer de la vista el hombre. El pinar quedó en silencio, era su ÚLTIMO VUELO.

Foto: CENEAM - O.A. PARQUES NACIONALES. Antonio Moreno Rodríguez 

El viejo gabarrero sintió una mezcla de envidia y admiración por aquella valiente luchadora, que había sabido morir de pie entre el pinar que él tanto quería.

Las vidas de las imperiales y los gabarreros siempre corrieron paralelas, y tuvieron como denominador común el pinar de Valsaín, del que fueron santo y seña en una época en que la naturaleza y el hombre viajaban de la mano. Con el devenir de los tiempos modernos, ambos en peligro de extinción, siguen luchando aferrándose por no desaparecer de un mundo trepidante que les ignora y da la espalda.

Francisco Martín Trilla.


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