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 Crónicas gabarreras:   Inicio >  Anécdotas y curiosidades >  La Boca del Asno (Ángel Hernández Expósito).  


Foto: Crónicas Gabarreras

Corrían los años cincuenta. Yo rondaba por aquel entonces los seis o siete años, una edad de la que apenas se conservan recuerdos; pero los que quedan permanecen firmes en la memoria y, como flashes intensos e imborrables, dan fe de momentos que por alguna razón dejaron en nosotros una profunda huella.

Paco, el vecino del cuarto, aquel hombre curtido y enjuto, fuerte y trabajador, a quien todos los chavales respetábamos y admirábamos, había llegado a casa en su camioneta, un viejo basculante de segunda mano con el que hacía portes de arena desde el Jarama hasta Madrid. A veces mi amigo Javi y yo acompañábamos a Paco en alguno de sus servicios, alzados como auténticos superhombres a la cabina del camión. Que por aquel entonces, viajar así, encaramados a un vehículo tan potente como escaso, constituía un verdadero privilegio. Javi, el hijo menor de Paco, era un buen amiguete con quien jugar a diario a la puerta de casa, bajo la atenta mirada de nuestras madres.

Pero aquella tarde la camioneta tenía algo especial: estaba flamante, limpia como nunca, y lucía las ramas verdes que Paco había amarrado a los bordes de la caja. Era una camioneta ‘de gala’. Y es que a la mañana siguiente iríamos de excursión. Paco y Dolores, su mujer, habían invitado a la vecindad a una jira campestre. Porque en aquellos años difíciles existía ese valor social, hoy a la baja, que llamamos ‘buena vecindad’.

De aquel acontecimiento no recuerdo muchos detalles. Supongo que nos reunimos seis u ocho familias. Lo que sí recuerdo es el destino: la Boca del Asno. Y me sigo viendo aún, entusiasmado, colocado en una de las esquinas delanteras del basculante, agarrado a su borde y a las ramas que lo adornaban, y con las manos solícitas de mi madre sujetándome por la cintura. ¿Cómo podría olvidar semejante aventura?

Del paraje donde acampamos, tampoco recuerdo demasiado. Un río hasta el que los mayores no nos permitían llegar, árboles, muchos árboles, manteles tendidos sobre el suelo, rajas de sandía que iban y venían, botellas de vino con sus correspondientes cañas para beber a chorro,... y mucha, mucha alegría.

Tuvieron que pasar bastantes años hasta reencontrarme con aquel lugar. Fue recién estrenado mi carné de conducir, y a bordo de mi flamante seiscientos, en compañía de mi novia. Esta vez descubrimos en su verdadero esplendor la belleza del frondoso valle. Respiramos hondo, recorrimos las orillas del Eresma, y disfrutamos del sosiego que nos brindaba el pinar. La Boca del Asno ocupó desde entonces un primerísimo lugar en la agenda de nuestros rincones preferidos para el descanso, junto al del Paular o el de la Fuente del Cura, en Miraflores. Para quienes hemos nacido sobre el asfalto y sin más horizonte que el que se intenta adivinar tras las altas edificaciones, un lugar como éste viene a ser algo así como la entrada al Paraíso.

Luego acabé recalando en La Granja de San Ildefonso. La fortuna quiso concederme un pequeño rincón donde poder disfrutar de los encantos de este privilegiado lugar. Él ha visto crecer a mis hijos, y ahora me permite pasear sobre su suelo a mi primer nieto. A menudo visito Valsaín, y me siento realmente en casa. Madrid me vio nacer, pero La Granja o Valsaín son sin duda un buen lugar donde morir.

Existe una pregunta que me hago a menudo, y que muchos me han hecho a su vez. ¿Por qué Boca del Asno? ¿Cuál es el origen de nombre tan pintoresco? Son varias, distintas y poco convincentes las teorías que se me han ofrecido. Entre ellas, la más general, la semejanza con la cabeza de un asno – más concretamente con su hocicote una gran piedra que se asoma a la margen izquierda del río. Otras, igualmente peregrinas, parecen tener tan escaso fundamento como ésta.

Foto: Teodora Galindo

Pero recientemente, huroneando en las estanterías de la magnífica Biblioteca del CENEAM, vine a dar con un pequeño libro titulado Las leyendas del pinar de Valsaín, impreso por Segundo Rueda, en Segovia, en el año 1879, y en el que el autor, oculto por alguna inconfesada razón bajo las siglas F.R., recoge la tradición popular sobre lugares del entorno próximo a esta localidad: el arroyo de los Baños de Diana, el lago de Peñalara, el Diente del Diablo, la Cueva del Monje, el Picacho de la Muerte, y la Boca del Asno. Resultan, cuando menos, curiosas las leyendas de corte posromántico que recoge el autor. En muchos casos se advierten su fina ironía y cierto tono satírico que pudieran justificar el anonimato.

Su explicación sobre el origen de la Boca del Asno es de lo más singular. Parece ser que hace bastante tiempo – el autor no sabe dar noticia cierta del momento –, se organizó en el valle del Eresma, en el lugar conocido en la actualidad como la Boca del Asno, una merienda campestre. Se celebraba el éxito alcanzado por sus organizadores en las recientes elecciones municipales.

La alegría de los asistentes era grande, y grande su jolgorio, entre brincos y buenos tragos. Al caer la tarde, algunos de los flamantes nuevos concejales tomaron la palabra, y enardecieron al pueblo con renovadas promesas y ofrecimientos, haciendo gala de su buena oratoria, y viéndose jaleados y aplaudidos por la enfervorecida concurrencia.

Finalmente, los ojos de todos se dirigieron hacia el recién elegido Alcalde, un hombre bueno y sencillo, seguramente capaz, pero de carácter retraído y nada ducho en mítines y retóricas. Tratando de vencer su reticencia, lo llevaron medio en volandas hasta un pequeño montículo sobre el que se abría una pequeña cueva. Lo colocaron a la puerta de ésta, y se dispusieron a escuchar al nuevo edil. Éste, nervioso e inseguro, no encontraba las palabras. Al fin, haciendo un verdadero esfuerzo, consiguió iniciar su discurso: Señores...

Fue en ese mismo momento cuando de la cueva que tenía tras de sí salió un flamante pollino, propiedad del alcalde y, adelantándose hasta donde éste se hallaba, lanzó un sonoro rebuzno que estremeció hasta el último rincón del valle. Siguieron la sorpresa, la perplejidad y un silencio sepulcral que acabó roto por un estruendoso y unánime aplauso, nacido de la hilaridad general. El propio alcalde, sorprendido y abochornado en un primer momento, acabó riendo la ocurrencia. Es más: relajado tras el incidente, logró pronunciar un sentido discurso. Desde entonces, el lugar es conocido como la Boca del Asno.

Sea como fuere, leyenda o verdad, la explicación tiene su punto de ingenio. Lo que resulta evidente es que aquella sonora y sorprendenteintervención asnal, como si de un poderoso reclamo se tratara, fue el preludio de un incesante peregrinaje. La Boca del Asno ha sido, es y seguirá siendo el lugar de cita de cuantos, amantes de la naturaleza, buscan un remanso de paz donde descansar de sus tareas.

Muchas tardes, atraído por la bondad y belleza de este singular rincón, me acerco hasta él sin prisas, con respeto, como quien se llega hasta un santuario. Porque eso es el Valle del Eresma: un santuario de la naturaleza, orgullo de Valsaín, junto con sus pinares y robledales, sus prados llenos de verdor y las aguas limpias y frescas de sus arroyos, que bajan desde la sierra cantando cada día una nueva y esperanzada canción.

Ángel Hernández Expósito.


©Pedro de la Peña García | cronicasgabarreras.com