Crónicas Gabarreras 0
 Crónicas gabarreras:   Inicio >  Anécdotas y curiosidades >  Dos anécdotas (Tomás Martín Vázquez y Javier Arenal Martín).  


Dibujo: Juan José Martín Encinas

Anécdota de Alfonso XII y el gabarrero.

Cuentan los mayores que el famoso monarca era aficionado a estos lugares. No se sabe si fue Alfonso XII o su hijo Alfonso XIII, mas esta diferencia no afecta a la anécdota que aquí cuento.

En su afición por el monte, a veces el Rey iba solo o escasamente acompañado. Un día se perdió por el Pinar y, tras vagar sin rumbo, encontró, para su fortuna, a un gabarrero:

¿Sería tan amable, buen trabajador, de indicarme cómo volver a La Granja?

Llegue por aquí hasta el Puente de Navalacarreta y verá la carretera. Sígala y llegará a La Granja.

¿Sabe con quién está hablando, gentil hombre? – el Rey comentó con aires de grandeza, tras agradecerle educadamente su gran ayuda.

A lo que negó el gabarrero, encogiéndose de hombros. – Soy el Rey de España. – pronunció su Majestad, asintiendo levemente con la cabeza muy erguida y cerrando ligeramente los párpados orgulloso.

Y tras esta declaración pomposa de nobleza, el gabarrero, ni corto ni perezoso, replicó:

¡Ah, sí!, ¡Y yo soy el Obispo de Segovia!

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Anécdota de La Chata y el Cojón de Pacheco

stando la Infanta un día paseando por la Mata de Navalquemadilla, se acercó al lugar de tan viril nombre. Cuentan que la Infanta era conocedora y amante del Pinar, y, según se cree popularmente, un tanto dada a la sátira y la guasonería. Aquel día, para amenizarse el paseo de aburridas composturas protocolarias, preguntó al guarda forestal que la acompañaba por el nombre de aquel lugar:

¿Cómo se llama este sitio, señor guarda?

Rápidamente, el guarda se percató de que el nombre del sitio no era apropiado para pronunciar en presencia de dama de tan alta alcurnia.

Si le digo la verdad, no lo sé, distinguida dama – eludiendo cautamente el embrollo.

¿Cómo es posible que un guarda de este famoso Pinar no lo sepa? – respondió impaciente la socarrona dama, intentando nuevamente sonsacar al guarda el malsonante vocablo.

El guarda vióse obligado a conservar su honrilla profesional y accedió discretamente a complacer el capricho de la dama:

El Huevo de Pacheco, señora. – dijo tímidamente en voz baja y entrecortada.

El mal trago terminó con el guarda ruborizado y el comentario jocoso de la Infanta:

– ¿Qué huevo? ¡El Cojón de Pacheco, señor guarda!

Tomás Martín Vázquez.
Javir Arenal Martín.
(Abuelo y Nieto)


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