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 Crónicas gabarreras:   Inicio >  Deportes >  Mis anécdotas en Valsaín (Pedro Delgado Robledo).  


Foto: María Teresa Fernández

Soy de "la capital". No lo digo por orgullo, ni porque alguno pueda pensar que no nací en Segovia y lo hiciese en Madrid. ¡No! No es eso, es que soy de Segovia ciudad. Digo esto porque a lo largo de mis años de ciclista profesional, a algunos les gusta encontrar respuesta a los motivos de mis cualidades físicas. me hablaban que si la leche que tomaba de pequeño sería de vaca recién ordeñada, o las verduras serían frescas, recién recogida del campo o la carne de "mis" vacas. Nada más lejos de la realidad, mi madre, como tantas otras, para cocinar verduras tenía que ira la frutería a la carnicería para la carne. Por lo tanto, éramos gente del asfalto, y el campo era para ir al río a bañarnos o para jugar algún partido de fútbol entre los amigos.

Mis primeros contactos con los animales domésticos (si exceptuamos gatos y perros) fueron en las visitas familiares que realizábamos a nuestros tíos de Valsaín (Lorenzo y María). Recuerdo que estas visitas estaban llenas de una excitación particular. La vivienda estaba fuera del pueblo, hacia la montaña, y las gallinas estaban sueltas alrededor de la casa. El momento cumbre era cuando nos acercábamos al establo donde tenían el ganado. Que yo recuerde, eran vacas, cerdos, ovejas y conejos. Sensaciones entre temor y curiosidad, olores que hacían de estas visitas un recuerdo imborrable.

Una anécdota que recuerdo de una de estas visitas era con un perro de buenas proporciones (es posible que fuera un pastor alemán o similar): En un momento que estaba fuera de la casa, me animaron a tirar una piedra para que fuera a recogerla el perro. Llamo al animal y lanzo la piedra. El perro, con la cola moviéndola alegremente, va a por la piedra y me la trae en la boca corriendo. Yo, viendo correr hacia mí semejante tamaño de perro... me empieza a entrar el pánico. Cuando estaba a punto de llegar hasta mí ("seguro que para devorarme", pensaba yo), se me ocurrió lanzar otra piedra a ver qué pasaba. Afortunadamente para mí, el perro paró en seco su trayectoria, tiró la piedra que traía al suelo, y se lanzó a toda velocidad en busca de la otra piedra. Realmente me sentí muy listo por la gran idea, pero la alegría duró poco, porque de nuevo el perro venía corriendo hacia mí con la otra piedra en la boca. Ante esta nueva eventualidad no esperada, no me inquieté en gran medida, sabía que cuando se estuviese acercando, la cuestión era lanzar una nueva piedra y asunto concluido.

Pero llegó el momento de hastío y quería irme porque me estaba aburriendo y no se me ocurría cómo terminar de librarme del perro. Además, empezaba a tener problemas para encontrar piedras de un tamaño suficiente y poder lanzarlas lo bastante lejos y mantener al perro a distancia prudencial. Solución que se me ocurrió: lanzar una lo más lejos posible y echar a correr a casa de mis tíos. Entré con el corazón a mil por hora, porque sabía que venía pisándome los talones. No logré tranquilizarme hasta comprender que no le dejarían entrar en la vivienda.

Llegó el momento de tomar el camino de vuelta a Segovia, el miedo de volver a encontrarme frente a frente con el animal surgió de nuevo. Recuerdo que no me separé de entre las piernas de mi padre hasta que subí en el camión (mi padre era transportista). El perro correteaba a mi alrededor alborozado, quería seguir jugando conmigo, pero mi miedo era tal, que yo me agarraba con más y más fuerza alas piernas de mi padre, hasta el punto que no le permitía casi caminar, aumentando sin querer mi angustia de encontrar una protección material, como suponía el camión, entre el perro y Pedrito.

Como podéis imaginar, estas visitas infantiles eran de lo más excitantes para un niño que tendría por aquel entonces, entre los 6 u 8 años.

Foto: María Teresa Fernández

OTRA ANÉCDOTA

Del Valle de Valsaín también tengo recuerdos relacionados con mis inicios como ciclista. Siendo juvenil (16 a 18 años) se celebraron durante unos pocos años unas carreras ciclistas coincidiendo con las fiestas del pueblo (como muy bien sabréis a primeros de septiembre). Competiciones creadas alrededor de un vecino que igual que yo era ciclista, Cipri (Cipriano Sastre), persona de gran fortaleza, preparándole carreras de gran dureza entre los montes de Valsaín. Consistían en 2 ó 3 vueltas por la Fuente de la Reina, entre los caminos forestales en un estado bastante peligroso, en particular las bajadas, por la cantidad de gravilla que te podías encontraren muchas de sus curvas; otros años, el escenario elegido era por la Peña La Cabra, pero con similares dificultades.

Fueron unas buenas oportunidades de demostrar mis cualidades escaladoras, pues mis participaciones se jalonaron con triunfos. En especial uno, pues después de sufrir un pinchazo bajando la Peña la Cabra yendo escapado, se me complica la posible victoria porque tardaba mucho en llegar el coche del director para atender la incidencia. Una vez reparado, me lanzo como loco en el descenso, quedaba otra vuelta y todavía tenía oportunidad de disputar el triunfo. En la parte final de la última ascensión a la Peña la Cabra, vuelvo a ser cabeza de carrera, "ahora no se me iba a escapar el triunfo", pensaba. Pero de nuevo un pinchazo, casi en el mismo lugar que la vez anterior, ¡no podía ser!. Me superó un compañero de equipo (entonces militaba en el Moliner Vereco) y con él llegó el coche del director. Reparamos a toda velocidad y otra vez como loco bajando, "cruzando los dedos" para evitar caerme y pinchar, entre un montón de derrapajes al borde de la carretera. Ese día que no me acompañaba la suerte, de pronto cambió su dirección, pues mi compañero fugado sufrió también un pinchazo y quedé otra vez al frente de la carrera, y sin más percances, logré levantar los brazos ala altura del Cementerio de Valsaín, donde estaba instalada la Meta.
Bonitos recuerdos los de aquel entonces, pero para quien seguro no son tan buenos, y sin proponérmelo le hacía doblemente "la pascua", era para mi amigo Cipri. Porque estando en fiestas, no sólo le privaba de la victoria, sino para más "inri", de la notoriedad en el lugar, porque la gente decía que "había ganado uno del pueblo, el sobrino de María, la de Lorenzo".

Pedro Delgado Robledo.


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