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 Crónicas gabarreras:   Inicio >  Crónicas >  Recuerdos de un pueblo (Julio Isabel Martín).  


Pepe Ruíz, Goyo y Marcos Herrador. Foto: Emilia Isabel

Recordar dónde has nacido, dónde has pasado tus primeros años de infancia, es agradable para toda persona que está enamorada de su pueblo, y sobre todo de sus raíces.

Aquellos días de invierno, cuando la nieve caía a principio del mes de noviembre, y todos los chavales y menos chavales nos juntábamos en las cuestas del pueblo con tablas hechas de madera por nuestros padres o trineos prehistóricos, lanzándonos a toda velocidad sin miedo a nada.

Recordar cuando la nieve cubría tan alto, que a los más pequeños no se nos veía, los padres hacían una zanja en la nieve, enlazando vivienda a vivienda, para poder llegar ala escuela, a la compra nuestras madres o simplemente desplazarse por el pueblo; ¡qué días tan felices alrededor de la lumbre!, menos mal que la leña no faltaba para quemar.

Los otoños fríos, con esa caída de la hoja, preparándose para recibir al invierno, o esa primavera lluviosa y alegre a la vez, después de un invierno largo y crudo, que nos llevaba a ese verano que todos deseábamos con impaciencia.

Son recuerdos que me llevan a la nostalgia y al sentimiento, recuerdos que me gustaría se volvieran re­alidad nuevamente, pero no es posible y hay que ver la realidad de los años presentes, tiempos que dicen ser mejores, y no lo dudo, pero lo cierto es que aquellos días vividos de la manera que nosotros los vivimos, fueron los mejores, o al menos más iguales para todos y con buena armonía entre los que convivíamos en VALSAIN Y LA PRADERA DE NAVALHORNO.

Recordar a nuestros padres, como verdaderos héroes, con trabajos que hoy nadie los haría aunque le dieran todo el dinero del mundo, pagados con unos reales; jornadas de trabajo de sol a sol.

Profesión dura como la del CARRETERO, ¡qué trabajo más inhumano!, luchando todo el día con la nieve, el agua, ¡qué fríos más terribles en esas noches largas!, yo recuerdo que dormían bajo unas tablas y como lecho unos serones de paja, sin mas calor que alguna lumbre en el exterior, seguro que se apagaría a lo largo de la noche, pero siempre los recuerdo con una sonrisa en la mejilla.

Recuerdo los bailes en el salón de LUCIO, con el organillo, dando vueltas a la pista; en la entrada, los chicos que queríamos pasar en el ambigú donde los más mayores se tomaban sus vinos, ¡qué compañerismo!, ¡qué felicidad cuando llegaba SAN ANTÓN con la subasta de los obsequios de los cofrades!, aquel vino dulce que se servía con bizcochos o los bailes en la pista en verano, los títeres en la gasolinera, (hoy parada del autobús de la Pradera), con el mono que no quería hacer de nada y a palos el gitano de turno lo hacía bailar y al final pasaban la gorra, los teatrillos de verano en la pista, las diversiones espontáneas de unos y otros, las fiestas de carnaval, todo el mundo disfrazado de algo o de nada, pero todos disfrutando.

¿Os acordáis de las picardías que hacíamos? Quién no ha montado, sobre todo los chicos de la Pradera, en las vagonetas de la fábrica de maderas y deslizándose hasta la PATA LA VACA; a veces, la mayor parte, los guardas nos daban la carrera y si nos cogían, cobrábamos. Alguna que otra gamberrada en la Escuela o en la Iglesia, compensadas después con un fuerte deslome a palos a cargo del maestro D. URBANO.

Recordar los quinquenios de la fábrica de maderas, cuando a nuestros padres, los que trabajaban en el Patrimonio Nacional, les daban unas perrillas, que servían para tapar algunos agujeros, pero lo bueno eran los refrescos y manjares, manjares para nosotros, servidos por PERICO CHICOTE, nos poníamos hasta la gorra de todo, comíamos y bebíamos hasta la saciedad; alguno comía y bebía tanto que al final lo pagaba, pero lo mejor quedaba dentro, y que nos quiten lo bailado.

Y cómo no, recordar nuestras tradicionales fiestas, ¡OJO SE CELEBRABAN EN OCTUBRE!. comenzaban el sábado con procesión, el domingo, misa mayor y procesión de la Virgen, el lunes los toros de los SOLTEROS V BAILES, finalizando el martes con los toros de los CASADOS y bailes de fin de fiesta, celebrando también el martes la tradicional comida de solteros en la pista de baile y para los casados, el trozo de carne de toro que les tocaba en suerte.

He querido recordar los años del fin de la década de los cincuenta y principio de los sesenta, años que para mí hoy y para muchos que lean estas líneas, les parecerá que no han pasado, todavía podemos cerrar los ojos y creer que estamos volviendo a vivirlos.

Cuando tocaba la sirena y todos los hombres de la fábrica de maderas salían corriendo, sólo tenían una hora para comer; qué cantidad de personas trabajaban en esa fábrica, casi todo el pueblo, qué obediencia y sumisión por parte de todos, tratados a veces, por los más jefes, como escorias, qué duro ejemplo para todos nosotros, trabajar sin protestar, para poder dar a sus hijos un trozo de pan.

Desde estas líneas, quiero dar un recuerdo y un homenaje a todos los que han vivido en estos años, pues todos han hecho una bonita historia en ese hermoso pueblo llamado Valsaín, un sincero recuerdo a los que por desgracia han desaparecido. Haber nacido en Valsaín es, para mí, un honor y un orgullo.

Julito (El chico de José)
Julio Isabel Martín.


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