Crónicas Gabarreras 0
 Crónicas gabarreras:   Inicio >  Fiestas y Tradiciones >  Una generación unida (Francisco Martín Trilla).  


Foto: Eusebio Benito 

En mis oídos siempre ha retumbado la misma frase: 'Valsaín es un pueblo muy unido", que dicha por personas de otras localidades, me ha hecho reflexionar, si realmente hay algo de cierto, ya que, los refranes y dichos populares suelen ser muy veraces. "Cuando el río suena, agua lleva".

Las cosas se cuentan mejor cuando han pasado, pues el presente aún no es historia, y me cuesta trabajo establecer hoy en día esa seña de identidad que no dudo que pueda existir, en una sociedad que, como en el resto de España, tiende al aislamiento y ala uniformidad.

He querido, por tanto, fijarme en la generación anterior a la mía, formada por unos hombres y mujeres que sufrieron una guerra y pasaron el hambre de la postguerra, generación que, estando tan ala vuelta de la esquina, me parece tan lejana; una generación con la que he pasado mi infancia y de la que me quedan sus relatos y mis primeros recuerdos.

Las primeras imágenes que tengo en la cabeza, me llevan a las tardes soleadas de verano y al incesante pulular de los gabarreros cansados, acosados por los tábanos, con sus sudorosas caballerías artísticamente cargadas, paseando por el pueblo hasta los almacenes de leña. Normalmente procuraban acompañarse para ayudarse de forma mutua en la agotadora labor de hacer la carga y atar a los animales, si alguno tenía problemas era rápidamente socorrido por los demás. Aquellos acróbatas anónimos que saltaban de rama en rama como los monos, se jugaban constantemente la vida y realizaban esfuerzos difíciles de entender hoy en día. Nunca dejaban en la estacada a un compañero, si se caía algún animal, entre todos era levantado y cargado de nuevo; si alguien se accidentaba, se suspendían todos los trabajos, lo primero era auxiliar al herido. Siempre había un respeto para la gente mayor y una mano tendida para los más inhábiles o los físicamente más limitados.

Abundaban las huertas familiares, que entonces tenían una gran utilidad; y el sistema de riego se regía por unas normas que todos cumplían; cada hortelano tenía un día designado que era respetado por todos. Las caceras se mantenían limpias, y para ello se marcaban unos días determinados, y así, de forma conjunta, se restauraban los desperfectos ocasionados durante el año. Si había que levantar una cuadra, se reunían varios hombres para ayudarse, y a pesar de carecer de los medios actuales, a base de madera traída del Pinar y costeros, entre trago y trago de la bota, se conseguía un trabajo rápido y bien hecho. También era necesaria la cooperación cuando había que llevar una vaca o ternero al matadero, era conducido a pie, siendo las cuerdas y los brazos el medio de transporte utilizado. Igualmente, las fincas del pueblo se mantenían bien cerradas, para evitar los peligros de la carretera, y eran reparadas y revisadas por todos los ganaderos los días marcados por la Directiva.

Los inviernos eran largos y duros, esos inviernos en los que aún no había agua corriente en las viviendas y el río permanecía helado gran parte del año. En ocasiones, la nieve se acumulaba de tal manera, que era prácticamente imposible andar por ella; nosotros rezábamos para que siguiera cayendo y no ir a la escuela, pero los hombres, organizados en cuadrillas, abrían veredas o trochas, hasta el colegio, la iglesia, el médico o los establecimientos comerciales, utilizando la pala como única herramienta de trabajo.

Desde mi ventana veía la cuesta de la Presa repleta de chicos con trineos y esquíes "made in Valsaín",y grupos de mujeres golpeando la ropa contra sus tablas de lavar. En muchas ocasiones tenían que romper el hielo y aguantar estoicamente las temperaturas bajo cero; pero, eso sí, colaboraban entre ellas para hacer más fácil su duro y penoso trabajo, consistente en las tareas domésticas, el cuidado del ganado, el huerto, o en ayudar a sus maridos en lo que fuera necesario. Si una mujer se iba a la compra o al río, otra cuidaba de sus pequeños y viceversa, y si caía enferma, las vecinas la echaban una mano.

En la época de matanzas nos despertábamos con los chillidos de los cerdos que iban a ser sacrificados. Me encantaba contemplar con qué maña y destreza se juntaban varios hombres y mujeres para tan laboriosa tarea, pero sobre todo, para ver tostar al marrano y disputarme alguna pezuña del mismo; aunque lo mejor era conseguir la zambomba, que era el trofeo más preciado por todos los chicos. Todo estaba programado, los hombres mataban y descuartizaban al animal, y las mujeres se encargaban de recoger la sangre, para elaborar después las morcillas. Luego había que preparar el picadillo para posteriormente embutirlo, condimentar huesos, costillas, jamones, etc. A nosotros nos reservaban la ingrata tarea de ir casa por casa repartiendo el calducho, las morcillas o el tocino, que de alguna manera era la forma de agradecimiento por la ayuda prestada.

Las Fiestas siempre fueron algo muy especial: se ahorraba para la fiesta, se guardaba el mejor traje para la fiesta, y se trabajaba conjuntamente para la fiesta, que se fue haciendo grande gracias al esfuerzo físico, económico y de organización deforma común por todo el pueblo. La antigua construcción de la Plaza de Toros, requería un esfuerzo titánico y todos los mozos del pueblo, dirigidos por los buenos carpinteros que siempre hubo aquí pasaban los domingos y días festivos del verano, trabajando denodadamente codo con codo, con mucho esmero e ilusión. Luego venían los resultados, una obra de enorme envergadura y maestría. La acumulación de tantos años de trabajo y sacrificio al unísono ha derivado en la creación de una moderna plaza de toros, difícilmente imaginable para cualquier otro pueblo con tan pocos habitantes: "LA UNIÓN HACE LA FUERZA". Muchos son los detalles que podríamos seguir enumerando de aquella generación de gabarreros, mujeres cosiendo en las solanas o lavando en el río, de inviernos duros y olor a humo de las chimeneas y ropas mojadas, que nos ha legado su espíritu de sacrificio y organización; generación que, sin haber estudiado, nos ha sabido dar muchas lecciones.

El tiempo será testigo si hemos conseguido aprender alguno de los valores que nos inculcaron, pero sobre todo me gustaría que fuéramos capaces de mantener la característica que, al menos para mi punto de vista, más les distinguió: "LA UNIDAD".

Francisco Martín Trilla.


©Pedro de la Peña García | cronicasgabarreras.com