Crónicas Gabarreras 0
 Crónicas gabarreras:   Inicio >  Personalidades >  Nuestro amigo Gaspar (Juan Antonio Marrero Cabrera).  


 

Resulta, cuando menos, chocante, ir al encuentro de un viejo amigo y encontrártelo convertido en estatua de bronce. Lo que sí hay que reconocer es que Gaspar está, precisamente, en el sitio dónde le hubiera gustado permanecer: en Valsaín y en su parroquia.

En algunas ocasiones me gusta ir a dialogar con él allí, delante de la Iglesia del Rosario. Pero, la mayor parte de las veces no necesito buscarle. Le encuentro en muchos sitios donde voy. Buscando níscalos (a él, seguramente por divertirse en llevar la contraria, le gustaba decir "pícalos" sin ese.) por el pinar. Estudiando los viejos puentes romanos y medievales del "Bosque". Bebiendo agua pura de los manantiales. Pescando por el Vado de Arrastraderos, perdido en la Acebeda. O levantando las truchas con la mariposa por donde el puente de la carretera, sobre el Eresma, a la caída de la tarde. Y estoy seguro de hallarle en cualquiera de estos rincones porque fue él quien me los enseñó.

Gaspar, que, además de todos sus estudios "profesionales", había terminado una licenciatura de Historia en la U.N.E.D., era una de las personas que mejor conocía la dilatada trayectoria de su parroquia. Pero sus amplios conocimientos los sabía dosificar para hacerlos comprensibles a todo el mundo. Siempre le vi preocupado por defender, en cualquier situación, a sus parroquianos y viviendo intensamente los problemasy las alegrías de sus amigos y familiares, que era su forma de considerar a los feligreses.

¡Cuántas veces fuimos a defender los problemas contencioso administrativos entre Valsaín y el Patrimonio del Estado! ¡Cuántas cuestiones de Lo da índole gestionó y resolvió, sin dar tres cuartos al pregonero, de su comunidad serrana y forestal!

Recuerdo que cuando fumaba y alguien le llamaba la atención por su salud, Gaspar respondía con mucha retranca: Es que soy párroco de Valsaín y allí el oxígeno es tan puro, que si no lo mezclo con el humo del tabaco, podría marearme. Gaspar estaba orgulloso de "su" Valsaín. En sus últimos años le ofrecieron ser cura párroco de Santa Eulalia, en Segovia capital, y no lo aceptó. Prefirió seguir en Valsaín, a pesar de la doble carga que tenía con atender también al pueblo matriz de La Granja.

Y es que Gaspar era todo un personaje, un monumento más de Valsaín. Primero vivo y ahora perpetuado en bronce.

Vivía las fiestas con auténtica dedicación. Como párroco y como vecino. Animando, participando, explicando las viejas costumbres y procurando que no se perdiera ninguna tradición. Fue un entusiasta total de la "gabarrería". A él fue a quien oí por primera vez la palabra gabarrero. Un oficio del bosque, por lo menos tan duro como el de leñador. Dos trabajos que, si me apuran, muy bien pueden complementarse entre sí.

Gaspar se emocionaba contando las viejas historias del pinar. Y su entusiasmo fue tan contagioso que los premios de carga y descarga, donde se mostraba la pericia de los gabarreros, constituyeron una de las principales atracciones de las fiestas locales. Incluso logró que hiciéramos un programa sobre estas pruebas y aquella formidable costumbre de "hacer plaza" que, al menos ha quedado grabado para la posteridad.

Gracias a su interés, rodamos series de televisión en Valsaín y en algunas con la participación de casi todo el pueblo. Incluso Valsaín apareció como modelo en cuanto a donación de sangre.

Era, seguramente, la persona más inteligente de su momento histórico y vital. Y, por supuesto, un excelente conductor (el que lo afirma tiene muchos miles de kilómetros compartidos con él, en viajes por alguno de los sitios más difíciles de España). Así que el desdichado accidente que le apartó de nosotros para siempre, le sorprendió a traición, por un error ajeno que él trató de evitar, logrando, al menos, evitar la muerte de su compañero de viaje con una urgente y hábil maniobra. Lo que ya le resultó imposible fue salvarse él.

Por cierto que entre los destrozados restos de su coche aparecieron, desparramadas, unas rosquillas de anís, de un envoltorio deshecho. A mí no me extrañó lo más mínimo porque sabía lo aficionado que era Gaspar a cualquiera de las riquísimas pastas de pueblo. La de paradas que habíamos hecho en Escalona, en Sepúlveda, en el Portillo, y en muchos rincones de España, famosos por sus golosinas típicas.

Fue un hombre servicial y amable, nunca servil, que se desvivió siempre por hacer la vida más fácil, y más interesante, a cuantos le rodeábamos.

Estábamos tan acostumbrados a contar con él, a mí me pasa al menos, que no nos acostumbramos a su falta. Inconscientemente parece que se le estuviera esperando para contarle mil y un problemas y comentar con él las últimas novedades.

Quizá sea esta la señal de nuestra próxima vejez. En esta Semana Santa del 2001, aparqué una mañana en el antiguo patio del Seminario. Ante el hotel "diocesano" donde Gaspar pensaba retirarse el día en que las fuerzas no le dieran para más. Y recordé la primera vez que utilicé aquellos campos de juego como aparcamiento. Allí dejó el coche Gaspar, que para eso estaba su antiguo seminario, y subimos a las almenas de las murallas segovianas, para ver el despliegue de policías de seguridad, medios de comunicación y gentes de toda España, que se había congregado en el Azoguejo, con motivo de la visita del Papa Juan Pablo II. Aquel fue uno de los días más felices de la vida de Gaspar y yo tuve el privilegio de ser su invitado de honor.

Pero en fin, no puedo alargarme demasiado y debo poner fin a estas evocaciones, tan emocionadas para mí. En próximas colaboraciones seguiremos recordando algunos de los imperecederos momentos vividos gracias a la iniciativa, al interés, la formación y la capacidad de crear ilusiones, de uno de los personajes más inolvidables de Valsaín, nuestro amigo Gaspar.

Juan Antonio Marrero Cabrera.


©Pedro de la Peña García | cronicasgabarreras.com