Crónicas Gabarreras 0
 Crónicas gabarreras:   Inicio >  Naturaleza >  El paso de las estaciones (Carlos de Hita).  


 

Un recorrido natural a lo largo del año en le valle de Valsaín.

Aunque oficialmente lo haga en enero, en la naturaleza el ciclo anual comienza en realidad en otoño. 0 acaba, según se mire. Por estas fechas, después de la actividad y sequía estival, el monte y sus habitantes se preparan para afrontar el letargo invernal. En los diferentes pisos altitudinales, los diferentes paisajes del valle del Eresma, los acontecimientos se acompasan al ritmo que marcan la climatología y el periodo de luz solar.

TIEMPO DE INDICIOS.

El comienzo del otoño es tiempo de indicios. Caen las primeras lluvias en septiembre, refresca la hierba y en las zonas bajas, lejos de nuestras tierras, comienza la berrea del ciervo, el periodo de celo durante el cual los machos braman en la noche para conseguir el dominio sobre los harenes de hembras. En nuestra área de cobertura sólo podremos oírles, desde fuera de la valla, en el Parque de Riofrío. En los campos abiertos de la rampa serrana, por los alrededores del rancho de Santillana o en las cercanías de El Robledo, veremos bandadas de estorninos y fringílidos jilgueros, pardillos y pinzones recorrer los bordes de caminos y labrados en busca de semillas. Esta es otra de las características del otoño, cuando las aves tienen una cierta tendencia a reunirse en grupos y olvidar el carácter individual de la época de cría. Los robledales empiezan a amarillerar, los pinares se vuelven silenciosos y la actividad en general decae. Si acaso, al calor del veranillo de San Miguel, a finales de septiembre, puede producirse una pequeña eclosión y llenarse el campo de la última generación de insectos del año, que aprovecha la partida de las aves insectívoras en su viaje migratorio hacia el sur.

En el mismo bosque de Riofrío los gamos comienza la ronca, su particular periodo de celo durante el que los machos, como hicieran antes los ciervos, disputan a voces, ronquidos en realidad, por el dominio de las hembras. En los periodos de máxima actividad, dependiendo de las lluvias, las llamadas se producen día y noche.

Tras las primeras lluvias intensas y algunos días de temperaturas suaves, los pinares se llenarán de setas y de pintorescos personajes con cestillo y navaja. Níscalos, lepiotas, lepistas y boletos por las zonas más altas; champiñones y setas de cardo, en prados y fresnedas, abren la veda de una de las actividades naturalísticas, y gastronómicas, con mayor número de adeptos.

En las matas de roble y en losjardines de La Granja maduran las bayas silvestres, una fuente de alimento providencial en estos tiempos en que se encara ya la escasez invernal.. Aunque difíciles de ver, multitudes de roedores y pájaros granívoros engordan, por lo que pueda pasar con los fríos venideros.

Hasta que una mañana, en las cercanías de los puertos de Cotos, Navacerrada y la Fuenfría, se escuche desde el aire un trompeteo lejano, fuerte y continuo. Al principio nos costará localizar el origen, pero será la señal de que el frío viene detrás. Llegan las grullas. En grandes bandadas en forma de V, por oleadas que mantienen el contacto por medio de sus gritos, estas aves procedentes del norte de Europa y que han recalado durante algunos días en las lagunas del norte de España, se dirigen raudas a sus cuarteles de invierno en las dehesas extremeñas, andaluzas y manchegas. Aprovechan las escotaduras naturales de la sierra para atravesarla sin demasiadas complicaciones, ahora que las capas altas de la atmósfera suelen estar revueltas. 0uizás, si la tarde se les echa encima, tomarán tierra en alguna orilla o un embalse próximo o alguna fresneda, para reemprender el vuelo antes del alba.

Por las mismas fechas, y con parecido origen y destino, sobrevolarán las montañas bandos de gansos silvestres. Su ritmo es más rápido y, a diferencia de las grullas, pueden volar también en la oscuridad, orientados por las estrellas, las luces de los pueblos Madrid debe ser un faro inconfundible y la lámina plateada en que las noches de luna se convierten el Eresma y los embalses del Pontón y Puente Alta. Excelentes voladores de fondo, no tienen sin embargo tanta prisa como las grullas para llegar a sus destinos y así pueden recalar durante varios días en las orillas de algunos embalses cercanos, como el de Santillana o el Voltoya, en los Campos de Azálvaro.

Es tiempo de tormentas y aguaceros. El campo empieza a verdear en el suelo y a amarillear en las copas de los árboles. Tras una descarga de agua, a partir de la humedad ambiente se forman jirones de niebla que parecen salir de entre los árboles, sobre una atmósfera limpia, recién lavada.

NIEVE EN LOS ALTOS.

Cualquier noche, la lluvia se convertirá en nieve y la sierra amanecerá cubierta en las cumbres. Por estas fechas tempranas no son normales las grandes nevadas, pero cuando se producen suelen tener consecuencias nefastas para el arbolado. Todavía cargados de hojas, los robles y demás árboles de hoja caediza no soportan el peso de la nieve y las ramas se tronchan por centenares.

El invierno es la época de máxima inactividad. Las aves se vuelven silenciosas y por todo el pinar no se oye otra cosa que los reclamos agudos y chirriantes de los paridos, pajarillos forestales que, en pequeños bandos, recorren las ramas en busca de alimento. En el suelo sólo las hozaduras de los jabalíes denotan algún tipo de actividad. Todos los roedores, topillos y ardillas permanecen aletargados o bajo mínimos. Los cuervos, esos sí, se dejan ver en Navacerrada, y las cornejas forman grandes y ruidosos dormideros en zonas arboladas, al caer la tarde. En las calles de Valsaín y La Pradera los estorninos utilizan espadañas, antenas y álamos para concentrarse en dormidero,y desde allí llenar el ambiente con sus llamadas aflautadas.

Tras una buena nevada, el campo es una especie de libro abierto en el que se pueden leer las pisadas, la actividad, de numerosos animales. Es preciso madrugar, salir antes de que el sol empiece a fundir las huellas. Ardillas, conejos, ratones, pero también garduñas, ginetas y gatos monteses, todos ellos eminentemente nocturnos y en la práctica invisibles para nosotros, dejan así constancia de su paso. A menudo incluso podremos rastrear una persecución, un episodio de caza. Y quién sabe si esas huellas palmeadas, aguas arriba del puente de la Cantina, no corresponderán a alguna de las pocas nutrias que aún sobreviven en el valle.

Pero aun en este momento, en plena noche del calendario anual, aparecen ya signos de la próxima primavera. Y además precisamente en la noche. Los búhos chicos, parientes menores del imponente gran duque de los cortados rocosos de las zonas más bajas, están en celo y los machos dejan oír su llamada característica, el "buh" corto, muchas veces repetido, al que deben su nombre vernáculo. También los zorros andan encelados, y desde cualquier lugar, pues no hacen ascos a ninguno, se escucha el ladrido fuerte y agudo de los machos, que llaman a las hembras y desafían a los competidores.

En febrero, antes de que el deshielo se generalice, comienza el celo de los buitres negros sobre los pinos y de los leonados en las rocas. El mismo reparto de espacio respetan las águilas imperiales y reales, aquellas de voz aguda y éstas más discretas, con un ladrido característico.

COMIENZA EL DESHIELO.

A finales de marzo, cuando los días empiezan a templar, grullas y gansos deshacen el viaje invernal y vuelven hacia el norte de Europa por los mismos pasos de montaña. Ya hace varias semanas que las cigüeñas se instalaron en las techumbres y los mayores árboles de La Granja. Su llegada no es casual, pues aprovechan para regresara¡ nido el momento en que los anfibios, base de su alimentación, vuelven a la vida tras el letargo invernal. Cualquier noche cubierta y húmeda, en los charcos del Parque de Valsaín o en las demás praderas encharcadas de las zonas llanas, por debajo de los 1.000 metros, se extiende el ronroneo sordo y continuo del sapo corredor. Miles de machos desperdigados por los herbazales inundados forman un coro suave, melodioso, al que a menudo se añaden los maullidos de los primeros mochuelos desde algún soto cercano.

 

Entre los pinos, donde el sonido predominante hasta ahora era el de los arroyos y el viento, por no decir el silencio del bosque, empiezan a oírse el canto de los pinzones, quizá la más abundante de nuestras aves forestales. Durante los quince primeros días de marzo el espacio sonoro es suyo. Sólo después se añadirán al concierto los carboneros, herrerillos, zorzales comunes y charlos y, en general, toda la fauna alada del bosque. Arriba, sobrevolando las copas en círculo, los ratoneros lanzan su peculiar maullido territorial. La noche pertenece al persistente búho chico y al cárabo, dos rapaces nocturnas. Los ranúnculos florecen en el agua de charcas y arroyos, cubriendo de blanco y verde la superficie. Unos cordones de Nuevecillos negros o pardos, envueltos en masas gelatinosas, delatan la reciente puesta de ranas y sapos comunes. De ellos, en pocos días, emergerán a cientos las larvas, renacuajos diminutos de los que tan solo unos pocos alcanzarán la fase adulta.

En abril se concentra el mayor número de novedades de todo el año. En los robles de las matas vuelven a aparecer brotes, lo que cambia por completo el aspecto del bosque. De un día para otro aparecen todas las aves estivales: águilas culebrera y calzadas, tórtolas, abejarucos, mosquiteros, currucas, papamoscas y oropéndolas, entre los diurnos. Chotacabras grises y pardos, autillos, los más pequeños de nuestros búhos,y alcaravanes, entre los nocturnos. En las calles de Valsaín y La Granja empiezan a oirse los gritos estridentes de vencejos, aviones y golondrinas, elevándose sobre el ruido del tráfico, junto con gorriones y estorninos, las aves más ligadas a los ambientes humanizados.

Es también tiempo de oír al cuco pronunciar su nombre desde el fondo del bosque, y la llamada repetitiva y machacona de la abubilla, una secuencia de tres notas ininterrumpida durante horas, en las dehesas de fresnos y encinas. Y el canto del ruiseñores los sotos y zarzales. Día y noche, también sin interrupción, estas aves, recién llegadas de África, anuncian la proximidad del verano. Contra la creencia generalizada, son muchas las aves diurnas a las que el periodo de luz solar no les resulta suficiente y continúan con sus cantos en plena noche: mirlos y totovías están entre las más locuaces. Pero es sin duda el canto del ruiseñor, realzado por el silencio de la noche, el que más ocasiones tendremos de paladear. Con un fondo de grillos y alacranes cebolleros por detrás, como es natural.

En la alta montaña, en las laderas de Peñalara y el Montón de Trigo, por encima de 1.800 metros, el frío y la nieve impedían el desarrollo de la vida, que permanecía aletargada. Pero a partir de mediados de junio su aspecto cambia por completo. Florecen primero narcisos y piornos, y las montañas se vuelven amarillas. Pocas semanas después estalla la floración de las plantas alpinas. Armerias de hoja de enebro, erizos de la sierra, campánulas y gencianas aprovechan el corto espacio de tiempo entre el deshielo y la sequía estival para completar su ciclo vital. Y la misma prisa se han de dar los insectos que viven de ellas.
Otro elemento se suma al paisaje visual y sonoro, este bien conocido por todos: las vacas. Para aprovecharlos pastos de verano el ganado sube más en el monte, y el ambiente se llena con el entrañable sonido de las esquilas. En las lagunas, tollas y regatos, los tritones y las ranitas meridionales se dan prisa por reproducirse, así como los musgaños, musarañas acuáticas cada vez más escasas en las también cada vez menos limpias aguas de montaña.

CALOR EN EL CAMPO.

El verano es, sin duda, la estación de insectos y reptiles. Las lagartijas serranas y de los muros se calientan al sol sobre vallas de piedra y cualquier canchal. Diferentes especies de culebra, como la bastarda, de escalera, de agua y cogulla, entre otras, se arrastran sobre el suelo caliente. En los pedregales y cardonales abundan las víboras, menos peligrosas de lo que se cree. La hierba se agosta, los arroyos se secan y la actividad decrece. Para agosto la mayor parte de las aves han concluido la reproducción, el campo está lleno de inexpertos pajarillos en pleno aprendizaje de las técnicas de supervivencia. Los insectívoros no lo tienen difícil ya que las nubes de mosquitos pululan por todas partes. Con los calores del mediodía las chicharras nos recuerdan el significado del término "achicharrarse”. Los saltamontes estridulan desde la hierba amarilla y el zumbido de moscas, abejas y demás parientes lo ocupa todo. Las tormentas de verano, cuando no son secas, vienen a refrescar siquiera temporalmente la atmósfera. Pero no son más que el anticipo de las suaves lluvias que, poco después, a primeros de septiembre, harán brotar la hierba que allá abajo, en Riofrío, despertará la berrea del ciervo. Y el ciclo, así, comienza de nuevo.

Carlos de Hita.


©Pedro de la Peña García | cronicasgabarreras.com