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 Crónicas gabarreras:   Inicio >  Anécdotas y curiosidades >  El Tesoro de Cuba (José Manuel Martín Trilla).  


Dibujo: Juan José Martín Encinas

Indagando en nuestros pensamientos, a veces encontramos cierto tipo de historias, que, por alguna razón, se nos quedan grabadas con toda nitidez en los laberintos de nuestra memoria. Recuerdo la historia de Zoilo y su paso por la Guerra de Cuba. No sé cuánto hay de verdad, ni cuánto hay de mentira, lo que es cierto es que yo la transcribo aquí tal como a mí me la contaron, tal como yo la imaginé.

Zoilo comenzó a escarbar en su zurrón y sacó un trozo de pan duro y un trozo de queso más duro todavía; era la hora de comer. Las balas silbaban por encima de su cabeza, pero allí, embutido en su trinchera no sentía miedo; aunque al principio no fue así: el primer día le dieron ganas de correr y huir, pero, ¿adónde? si se encontraba en tierra extraña, a él, como a otros, le habían reclutado en su pueblo (era de Valsaín), le embarcaron y le enviaron a la guerra "de Cuba".

Durante el viaje oyó comentar "no sé qué líos" de un barco americano hundido, según ellos, por los españoles, que era el causante del conflicto, aunque, la verdad sea dicha, no comprendía muy bien lo que pasaba.

Aquel año de 1898, tan prolífico en las letras, fue nefasto para España: Perdimos Filipinas, y por culpa del extraño hundimiento del acorazado "Maine", los españoles se vieron envueltos en una no menos extraña guerra con los americanos cuyo escenario sería la isla de Cuba, que perderíamos también. Pero sigamos con nuestro protagonista.

Zoilo degustaba su menguado rancho sin apenas inmutarse por el molesto sonido de la batalla. Confiado de su suerte, descuidó por unos momentos la seguridad que le proporcionaba la zanja elevando ligeramente su cabeza por encima de la misma. Oyó el silbido de la bala más cerca que nunca; un golpe seco, el calor de la sangre sobre su rostro, la luz se le hizo tinieblas: cayó desplomado...

La intensa claridad que penetraba por la diminuta rendija de sus ojos le hizo volverlos a cerrar. Intentó de nuevo abrirlos. Despacio, muy despacio fue tomando conciencia de su situación: estaba en una especie de desmantelado hospital, y le dolía mucho la cabeza, no sabía cuánto tiempo llevaba allí.

Pasaron los días y Zoilo se fue recuperando, allí le contaron su peripecia: "Un proyectil había atravesado su cabeza de lado alado sin afectar a su cerebro". Nadie sabía cómo, pero había salvado milagrosamente la vida.

Durante su convalecencia le entregaron, entre sus escasas pertenencias, un objeto que conservaría como una joya hasta sus últimos días: SU GORRO MILITAR CON EL ORIFICIO DE ENTRADA Y SALIDA DE LA BALA.

Un buen día, le embarcaron de regreso a su pueblo, donde se casó y volvió a tener una vida "normal" como cualquier otro paisano. Algunos decían que los cambios de tiempo afectaban a su carácter. Pero lo más curioso, lo que a mí más me llamó la atención de la historia de Zoilo es que, cuando iba ala taberna y charlaba con sus paisanos, a veces comenzaba a relatar sus aventuras; por unos instantes dejaba a sus contertulios y se iba a casa, para regresar más tarde con "su gorro militar atravesado de lado a lado". Era la prueba irrefutable de su paso por "la isla" que a punto estuvo de costarle la vida; era su más preciado tesoro.

José Manuel Martín Trilla.


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